miércoles, 9 de junio de 2010

Adoraba mirarlo, contemplarlo. Cada movimiento, cada gesto, cada palabra era un regalo de los ángeles. Era esa persona que mi destino estaba esperando… Observando su llegada y calificando su mirada. Era más que seguro que era el indicado, no solo porque era básicamente perfecto, si no porque era esa persona hecha a mi medida. Cada frase dicha por mi era completamente compatible con la de él. Cada gesto, cada mirada era solo una cosa para que él supiera que me pasaba. Ver sus ojos, hermosos hasta el infinito, era como entrar en un mar de sensaciones.
Él era como mi luna y yo una de las tantas estrellas, dispuesta a recorrer el infinito por él. Su brillo dejaba ciego a todo el mundo, como a mí, y por eso no supe cuando lo perdí. Era imposible vivir sin él. Sin la estrella más brillante de mi vida, de mi espacio. Estaba perdida, en una oscuridad total. Lo único que veía era el propio reflejo de mi pequeño resplandor. La luna se había ido y con ella su luz. Una noche sin luna, de eso se trataba. Cada noche esperé a que esa hermosa estrella volviera pero, por más que rogara, no volvía. La razón de mi existir se había marchado y, con ella, mis esperanzas. Estaba completamente segura de que lo había perdido todo, de que no tenia sentido seguir viviendo sin esa luz, cuando apareció. Una estrella más bella la perseguía, un poco más brillante que yo misma, y en ese momento supe que ya lo había perdido.
Ese día, cuando lo vi con ella, supe que ya no tenía sentido esperarlo. En ese preciso momento me di la vuelta para ver mi presente, para dejarlo ir. Mi luz dejó de brillar a su alrededor pero, aunque no lo acepte, sigue esperando volver. 


21/10/09

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